sábado, 11 de septiembre de 2010

la cárcel extraña


En la frontera invisible que separa la vigilia del sueño, fue donde quedó atrapado, cumpliendo una condena de nueve meses y un día. Una atracción inexplicable le llevó hasta ahí y durante ese tiempo no consiguió realizar pensamiento alguno. Estaba como paralizado, amnésico, poseído por una oscuridad cósmica que le impedía reaccionar, manteniéndose en una sensación flotante, incorpórea. Como en un desierto sin luz, ni vista; sin hambre ni boca; sin razón pero con cerebro. No conseguía entender nada de ese estado vegetativo al que de repente había sido conducido por una especie de fuerza gravitatoria. Era como si hubiese pasado de la verdad al desconocimiento en una fracción ínfima de tiempo, para quedarse atrapado en esa frontera invisible que separa la vigilia del sueño.

Nada tenía que hacer para comer, y sin embargo, no era la oscuridad de la muerte lo que le rodeaba. Ni la oscuridad de la noche, no, era una oscuridad nueva, desconocida. Y la sensación que le recorría a medida que pasaba el tiempo del que no era consciente, era como si lo estuviese olvidando todo. Como si volviese de un lugar lejano al que jamás volvería, y del cual ya nada importaba. En vano eran todos los intentos de tratar de recordar qué le había llevado hasta ahí, y por qué; del mismo modo que en vano son los intentos de permanecer en la frontera del sueño y la vigilia. Sin embargo, no tenía que ver con la muerte. Sentía su corazón latir, su hambre saciada, y su respiración oxigenada.

Intentaba recordar cómo era posible haber llegado hasta ahí, y sin embargo no podía recordar en qué había fallado, qué hizo mal para terminar ahí encerrado, moribundo, apenas móvil y con las extremidades como atrofiadas.

No había nada en su cabeza, tan solo oscuridad, una especie de vacío infinito que le mantenía bloqueado, aunque de algún modo se sentía vivo. No sentía la percepción del tiempo, desconocía cuánto le quedaba de estar ahí, y cuanto llevaba. Ni recordaba cómo había llegado ni sabía por qué. Fueron pasando los días y las noches sin diferenciarse los unos de los otros. Tan solo la oscuridad era lo que le rodeaba en todos los sentidos.

Un día o una noche, en cierto momento, sintió que algo se movía a su alrededor, una fuerza centrífuga lo volvía a poseer nueve meses después y para cuando quiso darse cuenta, era demasiado tarde: acababa de nacer.

4 comentarios:

Airun dijo...

Ah qué sorpresa el final!! muy bien me gustó!. Lo único que alguna diea se repite, pero seguro que es echo expresamente!.. trucos literarios! je!

Anónimo dijo...

Oscuro y luminico...Muy tu estilo me gusto mucho...Salute desde Baires

Pablo Peñalba dijo...

Está bien !!!

Un poco más de angustia y dolor le vendria bien a un espacio tan chico y oscuro !!!

Fue parto natural ??

Pablo Peñalba dijo...

ah ...gracias por el link !!!